CAP. 2: Homogeneidad y complacencia, nuestro amargo final hecho presa.
La definición siempre es arriesgada, se trata de circunvalar el vacío de la existencia a tiempo que los tambores del primor resuenan de fondo. Que sea arriesgada tampoco nos exime de la imperiosa necesidad de amarla. El ser humano, mas en el tiempo moderno, parece haber aprendido a aprehender la realidad de una forma violenta. Tanto así, que hemos de reanimar al concepto de lo que estudiamos concupiscidos por lo excelso de la definición. No concebimos de otra manera el conocimiento de la rigurosidad, -que percibimos como la única rigurosidad-, la exigencia que es palpable, así como el aterciopelado colchón de la definición tapa los agujeros de la imprecisión.
CAP. 2: NOS ATENEMOS A LO EXPRESO SOBRE EL CONCEPTO DE “CIVILIZACIÓN/CIVILIZADO”
Lo cultural reverdece digamos a lo civilizado. Como esto es así, y no de otra manera, podemos decir que la cultura contiene para si misma a la civilización, y que esta última actúa como sujeto paciente. En lo cultural, el cultivo de lo espiritual rige sobre todo lo demás, y podríamos decir incluso que lo define. Por consiguiente, podríamos entender el campo de lo civilizado -dentro de lo cultural- como la esfera designada por su realidad colectiva. Mientras que lo cultural puede ser hacia dentro, la actividad de la “civilización” solo se expresa hacia fuera. Por tanto, la cultura es todo aquello que en la sociedad coincide como real. No obstante, en este punto, habría que abstenerse de la descripción de lo real según que individuos, o según que colectivos. Como todo termino adecuadamente conceptualizado, lo real podría -para evadir tesituras difíciles de explicar- ser comprendido en términos de grado. La realidad es percibida según con que grados en función del prisma del individuo particular. Este prisma, que hace las veces de índice cuantificador en nuestra critica, es el que a su vez esta determinado por las relaciones sociales, por la historicidad que nos comprende -¿corrompe?-, incluso por el espacio y el tiempo, nuestro sexo, nuestro valor connotativamente cultural, etc. Por ello, esto hace del círculo de lo social, y por decirlo en honor de los humanos, del circulo comunal un campo terriblemente minado, y un pez que se muerde la cola.
¿En qué posición queda entonces la civilización? Si reunimos bajo la idea de “cultura” todos los elementos propios del bagaje histórico de las civilizaciones al aspecto impertérrito de la especie humana, debemos llegar a un estudio profundo, dado que nuestras tecnicidades también son parte de nuestro propio suplemento patrimonial. La confrontación estricta de lo cultural es algo que no debe faltar como descripción “real” de lo que es la cultura. Esto es así porque en esta esfera se forjan cosas tales como la identidad en tanto hay consciencia de con-vivencia en sociedad.
Los parámetros del paradigma actual de vivir han quedado ya tan obsoletos como la gente que los pretende a ultranza. En una sociedad en la que es necesaria una individualidad clásica, casi romántica, se nos dice que seamos estrictamente personales, se nos dice que busquemos nuestro halo de individualidad mediante mensajes arto sediciosos en un soplo de aire si hace falta, pero al mismo tiempo se premia la actuación del conjunto, que reacciona en masa, y premia al colectivo. En un tiempo en que la personalidad esta preconfigurada para la implosión se nos pide que “tomemos asiento”, según nuestro propio criterio.
Es necesario, para combatir esta patraña, dar valor a lo que nos separa, y no excretarlo. Si no existieran las diferencias, ¿qué dialogo de civilizaciones se podría dar? Cuando una cultura -y lo digo en términos contingentemente sociales- se queda sola, se reabastece del vacío mas insondable, y empieza a dar paulatinamente vueltas centrífugas, palidece hasta que, finalmente, acontece su amargo final. Podemos extraer de esta visión que, su final, llegado el momento, es producto de su propia fuerza.
Atengámonos un momento, aunque solo sea a las leyes físicas para demostrado, la fuerza cinética mismamente es medida en función de otros parámetros, en principio al menos, ajenos a si misma. Casi por la misma razón, una cultura -en este caso con la misma idea podríamos hablar de civilización- acusada de hipertrofia es una civilización condenada. Pasando primero por la asfixia del espíritu intransferible de sus integrantes humanos, hasta la opacidad completa de ese mismo conjunto y su inconcluso y apoteósico -por ser apocalíptico- final. ¿Palidecerá, tal y como hemos refutado, finalmente la cultura euro-americana por hablar toda ella como un conjunto homogéneo e intransigente que concuásese a toda la idea Occidental? No lo sabemos, solo es tiempo lo dirá.
Armolec Mernatiz Friela

CAP. 1: ¿Civilización?
Hola a todos, siendo discreto os podría prometer que esto no va a ser una serie continuada de epílogos (más bien partes o capítulos) y que no pretendo continuarla, pero os estaría mintiendo. Motivado por la rápida actuación de mi compañero me veo en la obligación de seguirle el juego, tirar un poco del carro vaya. He pensado que no puedo escribir, por no ser factible desde luego, una media si quiera de cuatro artículos mensuales, pero la idea de intentarlo ahí queda. Para ello me he resuelto a producir una serie de escritos eventualmente más fáciles -al menos de escribir- que a los que habitualmente estaba acostumbrado. Ya sabéis que mi producción en la pagina se ha nutrido casi exclusivamente de escritos poéticos… Bien, esto ni puede ni debe continuar así dado el nuevo integrante de nuestro equipo. Así pues, (sin disuadirme completamente de la idea de publicar lirica), he determinado escribir artículos un tanto más divulgativos, ya sean en el campo filosófico o en el terreno de nuestra historicidad que no me gusta tanto concebir como historia a secas.
La idea en cuestión que hoy me trae a escribiros este artículo es el concepto de civilización, hecho que hoy abarcaremos sin demasiada profundidad, -dada la brevedad a la que siempre nos atamos en esta página-, y con el que damos comienzo, como digo, a esta serie de artículos por los que iremos recorriendo las diversas y amplias civilizaciones de nuestro mundo, desde sus inicios hasta la actualidad.
CAP. 1: ¿CIVILIZACIÓN?
Una civilización nace en el momento en el que los hombres sin talento la creen perdida. – Thomas Mann (1875-1955)
Me gustaría empezar diciendo que somos y hemos venido siendo civilización desde que el hombre es hombre. El término de civilización, mas consustancialmente hablando, nos ha servido para clasificar culturas y profetizar su choque entre religiones y entendimientos. Asi, la idea de civilización -por no mencionar ya la de civilizado- nos ha servido para prefigurar por el contrario una civilización universal. Atendiendo por otra parte al contenido mas estrictamente histórico, y para lamento de los más clásicos, en el último siglo civilizar significo colonizar, se pretendía durante ese triste periodo humano convertir para desalinear. El escritor Víctor Hugo lo tildaba de pueblo “civilizador” en tanto “permanezca como pueblo masculino”. En el siglo XX el aspecto misionario de la colonización se ve turbado por una nueva erudición como corriente llamada de “etnólogo” Y estos, ya con excusa cientifista fue cuando comprendieron que los denominados “indígenas” si tenían estructuras de pensamiento, aunque nunca desmentían si fundadas o no. Las investigaciones, por tanto, autodenominadas científicas herederas del colonialismo mas feroz no dejaron de ser nunca unas prostitutas de súcubos padres, dado que expropiaban de la misma forma que los misioneros solo que bajo otra bandera. Aun así, cabe mencionar que tampoco se trataba de una excepcionalidad que el etnólogo en cuestión se pusiera de parte del pueblo estudiado.
En 1955 Levi-Strauss publica Tristes Trópicos, invirtiendo completamente el sentido de la historia blanca, condenando el descubrimiento de América y a sus conquistadores como también a sus genocidas, los cuales, fueron todos con pocas excepcionalidades. Nos encontramos en este punto con un término (civilización) sobradamente fronterizo y que, por decirlo diplomáticamente, crea y rasura, despieza y destrona porque politiza a todo lo que toca. Me refiero a la descentralización de Occidente, volviendo al termino, como bien decía el padre de la antropología, un vocablo guerrero.
Tras esto, de nuevo sirviéndonos como motor de la historia, surge por entre sus venas Fernand Braudel quien diría que “las civilizaciones no son ni toda la belleza, ni la sal de la tierra de los hombres”. Aquí Braudel presenta una realidad dividida, un doble rasero según qué cosas -según qué civilización y que cultura-. Para las débiles que por aquel entonces eran y aun siguen siendo, México, Perú, África, los amerindios en general, y toda la política oceánica del Pacífico, dedica: “Se las elimina y vuelven a aparecer, se obstinan en sobrevivir. El futuro no les puede ser arrebatado para siempre.” Dado lo anterior, nos enseño que lo que verdaderamente menoscaba a la civilización es la clasificación, es decir, en la amalgama de conceptos que se encuentra en la naturaleza no hay una disposición firme de todos ellos. De hecho, se mueven arbitrariamente, demostrando una vez mas que lo caótico es necesario. Cuando se pretende sistematizar, lo que es en si mismo materializar el conjunto proveniente de dos causas, es cuando se altera el orden de los conceptos nuevamente. Esto provoca fisuras en el tejido gramatical y cultural de nuestros fundamentos sobre la realidad. Así, encontramos por ejemplo que un hecho circunstancial modifique toda una cultura. Los días 13 y 14 de octubre de 2001, como respuesta a los atentados del 11 de septiembre, 2 millones de brasileños siguen el peregrinaje de la Virgen de Nazaret a Belén (la que es metrópoli de la Amazonia). En la actualidad encontramos un termino que, si bien no mucho difiere de civilización, nos habla del producto de la solidaridad, se trata de mundialización. Sin atender a las raíces de lo que implica la mundialización en el mundo actual que en realidad es más bien una mundialización con bases mundanas, podemos decir que lo que a nosotros nos importa, como ciudadanos, es diferenciar lo que ha venido siendo como hemos dicho una clasificación histórica de las sociedades y su cultura. No debemos permitir que la palabra civilización quede manipulada con impunidad, hemos de ser detentores del verdadero sentido de las cosas. Un caso práctico que gira en torno a esta mundialización sin pretensiones de ser mundana, fue Gandhi de quien, sin necesidad de adentrarnos en su personaje histórico, sabemos que mantuvo siempre su raíz india, nunca renuncio a su cultura como ciudadano del mundo sabiendo, no obstante, que era hindú.
Es imprescindible la detección para hacer prisma del mundo, y no las estratagemas para dividirlo. Se trata del trabajo por la paz, menos visible que la guerra, el cual abre caminos sigilosos por pequeños grupos discretos, individuos singulares que escriben, mediadores necesariamente silenciosos y silenciados, prisioneros que serán tal vez un día jefes de Estado. Para identificarlos, hay que descubrir otras caras de una moneda oxidada que es el mundo. Encontrarlos y darlos a conocer sin ser del todo inocentes en el proceso, esa es nuestra tarea. (Y no es que sea soñar inútilmente)
Armolec Mernatiz Friela

El origen del alfabeto latino
Hacia el año 1370 a.C el idioma más hablado en Mesopotamia era el Acadio. Sin embargo, un rey de Ugarit (Fenicia) llamado Nigmadu II decidió construir en la ciudad una gran biblioteca y atesorar en ella los textos más importantes relacionados con su religión e historia. Muy poco se ha salvado de aquella biblioteca, no obstante, en ella se encontró la primera evidencia del idioma ugarítico. Una lengua local que uso por primera vez un sistema gráfico tipo alfabético con 31 letras representadas mediante signos cuneiformes.
Esto evolucionaria hasta el alfabeto fenicio, que abandono el cuneiforme porque se escribiría mucho peor en los novedosos papiros que en las rudimentarias tablillas de arcilla. Era imprescindible algo más sencillo, para que cualquiera pudiese aprenderlo. También hay evidencias en la península del Sinaí de un alfabeto adaptado del egipcio llamado protosinaítico, que también podría estar vinculado con el origen del fenicio.
El alfabeto fenicio, por su parte, se escribía de derecha a izquierda, tenía 22 caractéres, cada uno representando un sonido, y solo uno de ellos era una vocal, la A. Parece ser que esta vocal no apareció hasta la época púnica. Ese tipo de alfabetos sin vocales se llaman adyades y eso explica porque el hebreo y el árabe no tienen vocales en sentido estricto. Sino que se les agregan puntos y de más símbolos agregados para formarlas. Los griegos, que también adaptaron su idioma a este alfabeto decidieron posteriormente crear los signos vocálicos. De ahí deriva el etrusco y posteriormente, nuestro alfabeto, el latino. Para crear estas primeras letras las asociaron al fonema de una palabra común que comenzase por tal sonido.
A Considerado el sonido más natural de los humanos y que hasta los mudos pueden pronunciar, es probable que deba su representación gráfica al Alep fenicio (que significaba buey, su símbolo pudo comenzar siendo una cabeza de dicho animal que luego comenzó a girarse con el paso de los años. Durante mucho tiempo circuló la teoría de que su origen tenía que ver con los antiguos trípodes para sacar agua mientras la gente jadeaba. Mas tarde daría origen a la Alfa griega, de donde saldría la mítica expresión bíblica del alfa y el omega (el principio y el fin).
B El sonido “B” existe en prácticamente todas las culturas. En fenicio, Beth era casa, y se dibujaba como una especie de tienda de campaña o edificio muy básico. Daría origen a la Beta griega, redondeando su forma. Los romanos apenas la usarían, en su lugar se valían del fonema “V”.
C y G Estas letras están íntimamente ligadas. Parece ser que este signo de gimel en hebreo, era un arma de honda o Búmerang. Daría origen a la Gamma griega, con la que se representaba el sonido G, y a la Kappa para la “K”. Los latinos juntaron estos dos sonidos en la C, no se sabe porque acertadamente. Tenían entonces tres fonemas K, pero ninguno específico para el sonido G. Tiempo después un tipo llamado Espurio Carbilio, para evitar confusiones, fundó la letra G actual solo para ese sonido. La confusión fonética de estas dos letras perdura en el castellano. La C puede ser /k/ /z/ /ch/ /kz/, sin contar las G dobles. Y la G puede ser /g/ /j/ /gu/. Además, la C es S en andaluz (y ruso). Puñetera polifonía… Además, más tarde los visigodos introducirían la Ç en Europa, que el castellano acabó quitando durante la Edad Media.
D Esta letra procede de un jeroglífico egipcio que significaba puerta, primero como rectangular y luego triangular, pues así eran los trozos de piel de las puertas de las antiguas tiendas de campaña. La letra se llamaba Daleth en fenicio. Otra teoría sugiere que la letra provenía del idiograma de un pez del alfabeto Proto-Semítico. La forma triangular llegaría a formar la Delta griega.
E Un tipo rezando podría ser el origen de nuestra E, Ilul era admirar en jeroglífico egipcio. Otros dicen que el H fenicio representaba una ventana. Sea como fuere de ahí saldría la Epsilon griega, girada por la moda del Bustrofedón, -escritura de derecha a izquierda y de izquierda a derecha alternativamente, empezando cada línea donde termina la anterior-, que sería nuestro sonido vocálico E, y que generalizo el latín. No obstante, durante el medievo en Inglaterra ocurrió un desplazamiento vocálico, fruto de migraciones y confluencias de muchos dialectos. Esto acabo generando en los ingleses que pronuncien algunas vocales cambiadas de orden en cuanto a la pronunciación.
F, U, V, Y, W En tiempos Proto-Semíticos Waw era representada en una especie de maza, cuya forma redondeada iría abriéndose hasta dar lugar a la Ipsilon griega. La F evolucionó a partir de aquí, los griegos crearon la Digamma, que sonaba como una W, y los romanos le dieron su sonido actual. Estuvo mucho tiempo, casi hasta el SXIX, eclipsada por el dígrafo Ph, que provenía de la griega Fi, que se quedó sin representación. La V también deviene del signo Waw, aunque no apareció hasta el latín. La U, por su parte, apareció por el siglo IV en el alfabeto latino. Era una variante de la V que muchas veces se convertía en una vocal. Mucho mas tarde ya se diferenciaron, V para consonante y U para vocal. La W tiene origen germánico, o quizá fuesen los mismos griegos quienes decidieron crear un sonido para dicho fonema, que no conocían pero que si usaban estos pueblos del norte. Al castellano no llegó porque muchos eruditos del SXVII veían imposible traducir nombres de reyes y lugares de historias del pueblo germánico. Y es que hasta ahora resulta confuso las translaciones de la W extranjera a nuestra pronunciación. Puede ser una “B”, como Wagner o Water, o una “Gu” como Washington.
H El origen de esta letra está en el Het egipcio, que significaba verja, valla, o muro. En el protosinaítico en cambio, parecía mas una trenza. En Grecia dio lugar a la letra griega Eta, sin embargo, en Etrubia, y en las colonias griegas occidentales mantuvo esa J suave. Y de ahí paso al latín. Hasta nuestros días acabo perdiendo sonido. De hecho, se ha llegado ha afirmar que nuestra H actual opera en nuestro vocabulario por tradición ya que hace siglos si que tenía sonido. Aun nos quedan antiguas reminiscencias como en Sáhara. Cabe mencionar que los romanos también se enfrentaron a este problema, para estos el sonido H era como una espiración, y la gente acabo desechándola, pese a esto los eruditos de entonces la seguían usando, mas bien como una demostración de sus facultades. Es por esto que se ha conservado hasta nuestros días.
I y J La letra Yod en fenicio representaba una mano. Derivo en la griega Iota, sin punto y vocal. El sonido I paso a la letra Ípsilon, que los romanos tardaron en incluir y la llamaron Y “griega”. El punto de la I comenzó a existir cuando las lenguas romances por su cursiva clásica y por diferenciarlas de las U. Nunca hubo un sonido J en los alfabetos antiguos, por lo que no es raro que esta letra se tradujese la ultima al alfabeto latino. Fue en el siglo XVI, de la mano del humanista francés Pierre de la Rameé, cuando se tradujo por primera vez y luego se popularizo por el uso de las imprentas. Su nombre, como es evidente, procede de la Iota. De aquí deriva la ya oxidada expresión “No ver ni J…”.
X Representa la incógnita y esto fue cosa de los matemáticos árabes. Pero su verdadero origen todavía es desconocido. Se cree que proviene del símbolo de pilar Dyed, en el jeroglífico egipcio antiguo. En Grecia acabo derivando en dos signos, en las letras Xi y Ji y así se inició la confusión que derivó en la pronunciación clásica de X como J en algunos casos.
K Menos en el euskera esta es la letra paria por excelencia en nuestro alfabeto. Era una letra repetida que ciertamente no servía de mucho. Proviene de la semítica Kaf, que era la palma de una mano. Esta a su vez pudo venir del jeroglífico egipcio de una mano, aunque su sonido era otro. Los griegos adoptaron ese sonido a “K” para su letra Kappa y en el latín apenas la usaron, sustituida la mayoría de las veces por la letra C. Pese a todo esto la K se revivió en el medievo para la opulencia de los mas sabios.
L Deriva de la palabra Lamed, del alfabeto fenicio, que significa callado o bastón. El signo se tomó del protosinaítico y fue adaptado al griego con la letra Landa, que acabo convirtiéndose en un triángulo. Luego el latín la recupero por la forma que conocemos.
M Mo era la palabra egipcia para designar el agua, mientras que Useh era salvar. De aquí deriva el nombre de Moisés, el salvado de las aguas. El origen de esta letra tiene lugar en Egipto. El jeroglífico que representa al agua es bastante evidente. Mas tarde el alfabeto fenicio lo adopto para su flagrante Mem, su palabra para decir agua. Como curiosidad cabe decir que el nombre de la ciudad de Madrid también debe su nombre al agua, pues fue construida sobre canales subterráneos de agua, que aprovisionaban a la ciudad. Por esto los árabes la denominaron como Mayrit, es decir, tierra rica en agua. Los griegos se hicieron con la M fenicia para su “Mi” griega.
N Mientras que unos consideran al signo precursor de la M como una variante corta de la N, también pudo haber sido representada como una serpiente o una anguila. Nun era serpiente en fenicio, y la letra se llamó “Ni” en griego. Apenas ha cambiado desde entonces.
O Mientras que en las tradiciones árabes e indias el circulo fue considerado un símbolo de la nada, representando al número cero, esto no fue así en el mundo grecolatino, al menos hasta que nos adaptamos a la numeración árabe. La historia de la letra O comenzó cuando los fenicios recogieron el jeroglífico egipcio que representa un ojo y lo simplificaron. Tenía en si misma un solo sonido que acabo dejándose de usar para convertirse en una vocal. Este sonido dio nombre a las dos O griegas que hoy conocemos. Omega la O larga, y la Omicrom la corta. Los romanos eliminaron esta distinción. Adicionalmente diré que en la tradición irlandesa popular la O acabo siendo una letra que indicaba en los apellidos algo así como “hijo de…” Aquí tenemos el caso de O´Connor, O´Brian, O´Sullivan…
Q Un jeroglífico egipcio representaba inicialmente que acabo siendo adaptado por los fenicios como la letra Quof. Básicamente un palo erguido con una protuberancia en la punta. Los griegos originarían con ella la letra Qoppa. Mientras que los romanos querían suprimirla, pues ya tenían la letra C, aunque finalmente no lo hicieron.
P y R La R deriva de una cabeza humana. Rhes era cabeza en fenicio y redujeron la cabeza egipcia a una especie de P invertida. Los griegos, con la ya mencionada escritura del Bustrofedón la giraron horizontalmente y apareció la letra Rho. Los romanos vieron a esta letra problemática, pues representaba tanto el sonido P como el de la R. No seria hasta el SIII cuando decidieron crear una letra nueva, añadiendo a esa P una rayita. Por otro lado, el sonido P entre los antiguos era una boca. Este signo llegaría a Grecia y se convertiría en el ya conocido Pi (π). Durante el SXIX se barajó para la doble R castellana hacer una especie de R marcada como la Ñ ya conocida. Algo que si que nos llego de los griegos es la letra “Psi”, que daría origen a palabras como Psique.
S El origen de la S es algo desconcertante. Parece ser que su forma viene del antiguo jeroglífico egipcio de un lago lleno de juncos. De ahí los protosinaíticos y fenicios la pulieron y consiguieron una especie de W mal hecha. Con el tiempo acabaría girando hasta originar la Sigma griega.
T Aunque en su forma primitiva tenga forma de X o de cruz, este signo acabaría dando lugar a la T que conocemos gracias a la Tau griega. También hubo en Grecia una letra llamada Theta, que se pronunciaba como una T aspirada y su signo proviene del dibujo de una rueda.
Z Su origen podía estar en el jeroglífico de un arma tipo oz o un asa de carro. En el fenicio y etrusco acabo siendo una I, pero los griegos le dieron su famosa forma con la Dseta. No fue muy usada por los romanos y la desplazaron para poner como ultima letra de su alfabeto a la X.
Ñ Durante la Edad Media su sonido se escribía como doble N, era una doble grafía latina. No obstante, en los monasterios e iglesias se apreciaba, debida al ingente numero de traducciones que se debían de hacer, la economía del lenguaje. Así, en vez de esta doble grafía se añadió una especie de tilde tumbada, una virgulilla. La primera referencia a esta letra la encontramos en un texto gallego datado en 1228 y se cree que de ahí paso al castellano. El documento gallego más antiguo del gallego que se conserva es el fuero de Castro Caldelas (“Foro do bo burgo do Castro Caldelas”); en este texto, el rey Alfonso IX otorga a los ciudadanos de Abril, una villa orensana, sus fueros y regula su régimen.
Cabría, por último, mencionar las letras minúsculas. Se tiende a pensar, llevados por el vicio que mueve su causa, que ya desde la creación de un alfabeto existían las mayúsculas y minúsculas, pero esto es falso. Antes todo se escribía con unas cuidadas mayúsculas, pero durante el SIII en Roma todo comenzó a cambiar. Antes se escribía en papiro, un papel frágil e incomodo que estaba bien para letras angulares, en esa época en la ciudad de Pergamo se empezó a popularizar el pergamino, hecho con piel de animal, mucho mas resistente y duradero. Aprovechando esta nueva superficie para escribir y también con el uso de plumas de ave las formas angulares de las letras se fueron redondeando. Así apareció la antigua cursiva romana, o capital cursiva, gracias a ella el trabajo de los escribas se agilizo mucho pero también tenían problemas para leerla. La cursiva nueva y la escritura uncial acabarían dando lugar en la edad media a la escritura visigótica, lombarda, o la merovingia entre otras…
Es hacia el año trescientos, con Carlo Magno, cuando ya podemos hablar de minúsculas. Uno de sus consejeros, Alcuino de York, desarrollo la minúscula carolingia. Y con ella estandarizo todos los documentos de su imperio. En el SXV llegaría la imprenta de la mano de Gutenberg, y en Venecia Nicolas Jenson crearía la primera tipografía romana para impresión. Gracias a esta letra más pequeña la imprenta ahorraba mas espacio y tinta, y esta tipografía establecería las bases para las que tenemos actualmente.